02 septiembre, 2009

No me dejes.

Alguien me dijo alguna vez, en ese viaje, que siempre queremos lo que nunca tenemos. Tenía razón. Yo le deseaba a él, cada gesto que hacía, cada mirada que me dedicaba. Sentía un deseo lascivo hacia él y no podía pensar en otra cosa.
Cuando llegué a ese hotel no dejó de mirarme. Detrás de esa barra, entre trapos, copas y alcohol, él me miraba y me hacía sentir la mujer más deseada del universo. Cada paso que yo daba, él lo seguía, y siempre que yo desviaba mi mirada hacia él sus dulces ojos marrones me recorrían de arriba abajo.
Cuando ella me dijo eso, me di cuenta de todo. Yo nunca le tendría para siempre, yo nunca sería su niña mimada. Nosotros no estábamos hechos para estar juntos, pero nadie había dicho que no pudiera probar nunca de ese fruto prohibido.
Me levanté de la mesa sin excusarme y empecé a correr. Él no había empezado su turno aún, y si no aprovechaba ese momento no tendría ninguno más. El tiempo se me escapaba de las manos y me odiaba a mi misma por no poder retenerlo.
Salí del comedor, subí las escaleras y salí al patio. Ni rastro de él. Seguí corriendo entre la gente y cuando pude darme cuenta ya estaba en la calle. Nada. No estaba allí. Una lágrima se escapó de mis ojos pero la limpié rápidamente. Iba a encontrarle, costara lo que costara.
Giré la esquina y aparecí en el aparcamiento. Estaba lleno de coches, pero de pronto le vi. De espaldas, sin imaginarse lo que iba a ocurrir a los pocos minutos.
- ¡Andrés!
Se giró de golpe y imaginé cómo sus ojos se clavaban en los míos, ya que las gafas de sol impedían que lo viera.
Me acerqué a él corriendo con miedo a que se escapara y cuando llegué a él inhalé aire fuertemente. El corazón me latía a tres mil por hora y me faltaba el aire.
- ¿Qué pasa? -preguntó, nervioso.
Negué con la cabeza y me acerqué más a él. Qué bien olía... Apoyé mi mano en su pecho y, poniéndome de puntillas, rocé mis labios con los suyos.
Lo que pasó después fue todo muy rápido y apenas puedo recordarlo. Me cogió de la mano con una sonrisa y me llevó a su habitación del hotel (pues como empleado que era, tenía una propia). Cuando la puerta se cerró, él rodeó mi cintura con sus brazos y me aupó. Yo rodeé su cintura con las piernas y dejé que volviera a besarme, esta vez con más pasión. Eso era lo que ambos deseábamos, lo que llevábamos anhelando desde que nos vimos por primera vez.
Cuando nos tumbemos en la cama la ropa empezó a sobrar. Él empezó a quitarme mi ropa de verano, esos pantalones tan cortos y esa camiseta de tirantes, y yo le seguí quitando esa ropa tan diferente a su ropa de trabajo.
Toda la ropa desapareció y ambos nos miremos, temblando de excitación. Cuántas veces lo habíamos imaginado, cuántas miradas habían escondido las ganas que teníamos de ese momento.
Apoyó su frente en la mía, me dio un beso largo y cálido y tras ponerse en preservativo entró dentro de mí. Arqueé la espalda y pegué más mi cuerpo al suyo, para poder llenarme de él hasta el fondo de mi ser. Los ojos se me entrecerraron de placer y arañé su espalda con mis uñas. Él apoyó sus manos en la almohada, apretándola fuertemente, mientras bailaba un tango con mis caderas. Ese vaivén me estaba volviendo loca, era como un frenesí.
Gemidos, bocas en busca de un mordisco, lenguas que lamen lo inexplorado, uñas que arañan, cuerpos que se rozan, sexo, sudor, lascivia,
pasión.
Cuando el orgasmo se apoderó de nosotros yo caí en la cama extasiada y él me besó el cuello, la mejilla, la nariz y, finalmente, los labios. Sus labios en ese momento eran carnosos, calientes.. los tipicos labios de después de hacer el amor.
Se tumbó a mi lado y cerró los ojos. Yo me apoyé sobre un costado y recorrí su tattoo con mi dedo. El me sonrió, y yo le devolví la sonrisa y cerré los ojos.
Había sido increíble. Estaba segura de que nunca lo olvidaría.
Cuando ambos nos levantemos, nos vestimos. Alguna que otra vez nos tuvimos que pasar ropa del otro y, cuando lo hacíamos, una sonrisa inundaba nuestros rostros.
Antes de salir por la puerta me cogió del brazo y me abrazó, cómo si no quisiera que me marchara. Luego, me besó la frente, acunó mi cara entre sus manos y acercó su cara a la mía.
- Voy a echarte de menos.
- Yo también te quiero, Andrés -susurré.
Me besó en los labios dulcemente. Fue un largo beso, dulce, tierno y triste. Sobretodo triste. Un beso de despedida.
Quizás en ese momento me di cuenta de que sí que estábamos echos el uno para el otro, pero que nunca estaríamos juntos.
Y de repente... DISTANCIA.

1 comentario:

  1. ¿Seguro que no se van a volver a ver?, espero que sí.

    PD. Lo de la incomunicación en verano es normal, bienvenida al mundo :) x)

    ResponderEliminar

Acaríciame..