17 octubre, 2009

Ella también ha sido una puta barata.

Salió de casa ataviada con una chaqueta negra, una bufanda gris, unos tejanos y unas zapatillas deportivas, y aún así tenía frío. Cogió el móvil y le llamó. Le apetecía estar con él (en realidad, su corazón le llamaba a gritos). Quedaron en el lugar de siempre, así que ella se enfundó las manos en los bolsillos de su chaqueta y empezó a caminar con paso rápido. Al cabo de cinco minutos ya estuvo allí. La aguardaba un coche rojo con los faros encendidos. Se apresuró a subir y le saludó con una sonrisa. Él asintió, subió el volumen de la música -Linkin Park- y empezó a conducir. Ella no dijo nada por el momento. Él la iba mirando de reojo y de tanto en tanto, sonreía. A pesar de todo, era su pequeña.
Cuando llegaron a su destino, ella miró alrededor. Eran las afueras del pueblo, y se podía apreciar el pueblo de al lado bañado de luces. Entonces, ella se giró hacia él, se inclinó sobre sus labios y lo besó. Él sabía que eso iba a pasar. Llevaba pasando seis años y ese día no iba a ser menos. Aún así, se apartó.
- Deja que sea tu puta barata esta noche. Te echo de menos... -susurró ella.
Él no contestó. Volvió a pegar sus labios con los de esa pequeña niñita (a pesar de que tuviera diecisiete años) y se dejó querer un poco más.
Su lengua recorría cada resquicio de su boca. Labios, dientes, paladar.. y le hacía estremecer. Esa chica siempre le hacía estremecer, no importaba la situación. Siempre. Con una mirada, con una sonrisa, con un beso, con una caricia...
Poco a poco fueron yendo al asiento trasero del coche, y se fueron amando más. De testigo, las estrellas.
Ella le quitó toda la ropa, lentamente, acariciándole cada resquicio de piel. Esa que tantas veces había memorizado con la yema de sus dedos. Él la desnudó con efusividad y lascivia. La necesitaba cerca aunque no quisiera reconocerlo.
Los gemidos que vinieron después de que sus caderas bailaran encima de las de ella rompieron la tranquilidad de la noche. Pero les daba igual, no había nadie allí que les pudiera reprochar nada. No había nadie que les prohibiera amarse a escondidas.
Cuando él la devolvió al pueblo, ella se puso bien la bufanda, se inclinó sobre él y le besó. Lentamente, sin prisas. Demostrándole todo el amor que se guardaba cada día que no podía tenerle.
- Te quiero -susurró, él.
Pero ella no pudo oírlo. Ya había cerrado la puerta, y no oyó eso. Cuando llegó a casa, se fue a dormir con una sonrisa en los labios y lágrimas en los ojos. Y le echó de menos, irremediablemente, dolorosamente. Porque esa era la única manera que podía tenerle. Y eso la carcomía por dentro...
Él también se fue a dormir echándola de menos. Se preguntó mil veces que hubiera pasado si ella lo hubiera escuchado, y se prometió que algún día la miraría a esos ojos avellana y se lo diría, alto y claro. Y se durmió, con su aroma en sus manos, sus caricias en su piel, y sabiendo que no se lo diría nunca.

4 comentarios:

  1. ¿Por qué tiene miedo de escucharlo?
    ¿por qué le pone tapones a su corazón cada vez que lo ca a escuchar?
    Al final, no servirán :) creo yo.

    Un beso kuka

    ResponderEliminar
  2. Me gustaría más si ella podría a ver escuchado el TE QUIERO.. No sé me puso nostalgia, bonita historia..
    Gracias y éxitos n__n

    ResponderEliminar
  3. pero que texto sweety! *.*
    <3

    ResponderEliminar
  4. Qué pena solo amar de esa manera.

    ResponderEliminar

Acaríciame..