20 abril, 2009

Cenicienta.


Ella es una Cenicienta, pero una Cenicienta sin príncipe. Aún así, él es lo más parecido a un príncipe para ella y no va a dejar que se marche.
Es de noche, tarde ya. Ella descansa su cabeza en su pecho y oye el latir de su corazón. Sus dedos recorren el menudo brazo de ella y se estremece. Es feliz junto a él, aunque sólo sea un juego. Un cuento.

Ella pasa sus dedos por sus abdominales, jugueteando con ellos, haciendo que él sonría. Que sonría de esa manera tan especial, de esa manera con la que le brillan los ojos y el piercing de su labio se mueve. De esa manera con la que le recuerda tanto a su hermano gemelo, pero que a su vez, le diferencia tanto de él. Y ella entrecierra los ojos mientras le devuelve la sonrisa, y nota un calor en el estómago demasiado dulce, demasiado tierno…algo que le hace perder el apetito y hace que las mariposas que habitan en su estómago vuelen y choquen entre ellas. Es un sentimiento extraño para un príncipe cualquiera, pero es su único príncipe y tiene que conformarse.
Él enciende un cigarro y le da un par de caladas. Luego, se inclina levemente y besa la frente de la pequeña Cenicienta. El cigarro, al cabo de unos segundos, pasa a ser de los dos. No importa quién de la calada, el humo es de ambos, ambos mueren juntos con cada beso con sabor a nicotina.
El cigarro se consume, pero los besos nunca acaban. Ella le deja el rastro de sus labios rojos en su piel como tantas otras veces y él le besa cada centímetro de piel que aún no ha explorado. Ella sabe que no debe estar haciendo eso, que no está bien, que cuando él se vaya ella llorará como una gilipollas esa infidelidad pero no puede decirle que no a nada. Ni a sus besos, ni a su piel, ni a su palpitante corazón, ni siquiera a su sexo salvaje. No puede negarle nada.
Se deja querer otra vez por ese príncipe que la cuida de una manera especial. Y siente que él también es especial. Ese piercing en el labio, esas rastas tan características… esos ojos. ¿Sus ojos? Sus ojos son del color del topacio fundido y la miran deseosos y ardientes. Se deja llevar por las curvas de ese cuerpo tan bien tallado, por esos besos que la hacen aspirar a más, por esas manos que la hacen susurrar su nombre entre gemidos. Y él pierde un poquito más la cabeza por esa Cenicienta de piel pálida y labios rojos. Sólo es una Cenicienta cualquiera, pero a él le trata como si fuera un verdadero príncipe y cada noche que se ven en su casa es una noche para recordar. Por qué no importa que sus labios estén compartidos. No importa que ella pase los días con otro. Las noches son suyas…
Siente un pinchazo en el corazón al saber que si eso sigue a más, esa cama se les quedará pequeña. O quizás la habitación se les quedará pequeña… será una habitación demasiado pequeña para un amor tan grande. Y tendrán que teñir del rojo de sus labios el comedor también, y luego la cocina, y el baño… y quién sabe si el garaje. Y cuando esa casa se les quede pequeña… quizás otro lugar. Quizás París.
Sí, siempre les quedará París.

2 comentarios:

  1. Rastas características :)
    Me encanta la forma que tienes de poder trasladarme al lugar dónde narras lo que ocurre, a hacerlo tan real. Precioso. <2

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  2. Toda mujer tiene una Cenicienta por dentro. Cómo serán de descriptivos tus textos que no tengo que hacer ningún esfuerzo para imaginar las escenas.

    Saludos!

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